Por allá en los años 70 Irlanda era uno de los paises pobres de Europa, con una población mayoritariamente rural y agrícola, con un nivel de educación muy bajo y una infraestructura poco desarrollada, pero su entrada a la Unión en 1973 modifica radicalmente esas realidades y en relativamente corto tiempo su economía pasó a tener los indicadores promedios europeos, pues se benefició de fondos europeos agrícolas para educar esa población rural, permitiéndole ingresar en otros sectores como el industrial y de servicios. También Irlanda echó mano de fondos regionales que le permitieron construir nuevas infraestructuras, transformarse e incursionar con éxito en el campo de las nuevas tecnologías de la información. Todo ello permitió a Irlanda crear condiciones fiscales más favorable y atraer con fuerza capitales extranjeros, lo que finalmente revolucionó su economía convirtiendo ese país por alá en los años 90 en el Tigre Celta, con un crecimiento de su producto interno bruto del 6% anual. El mercado inmobiliario se disparó, su población creció haciendo un llamado a la población inmigrante (sobre todo poloneses), ante la gran demanda de trabajo de las multinacionales y sus salarios aumentaron. De ello todos los sectores se beneficiaron, pero también ello hizo subir los precios de su economía, tanto que hacia principios de los años 2000 el país tenía ya tendencias inflacionistas. Luego vino la crisis inmobiliaria bajo las mismas premisas que la que afectó a Estados Unidos. El rápido desarrollo de los servicios bancarios e immobiliarios, en detrimento de los productos manufacturados, provocó una desaceleración de la productividad a partir del 2003. Al final, la burbuja inmobiliaria explota en el 2006 y eso conduce al fin de la era del Tigre Celta.
Actualmente, la situación es catastrófica: el déficit publico alcanza el 32% del PIB, la deuda publica es del 82% del PIB, el desempleo alcanza el 14%. Dos razones explican ese record del déficit: el aumento de la tasa de desempleo que conllevan en esa economía al pago de indemnizaciones y subvenciones, así como al decrecimiento de entradas fiscales, todo ello ligado a una actividad industrial a medio ritmo, con la emigración de grandes capitales de multinacionales que no confían ya en la capacidad del país para enderezar su economía.
Hoy con Irlanda, Europa es confrontada a una situación de "crisis a la griega", con algunas diferencias pues el crecimiento griego es jalonado por el turismo y la defensa, en tanto que la economía irlandesa por su capacidad industrial intensiva en capital humano. Contrariamente a lo sucedido con Grecia, Irlanda es el primer país en haber implantado una politica de rigor presupuestal que no obstante la seriedad en su aplicación no ha podido detener el crecimiento de su déficit.
La nueva amenaza de Irlanda contra la zona Euro, y aun contra la subsistencia de la Unión Económica, es real y tiene dimensiones preocupantes que suscitan muchas inquietudes en los mercados financieros europeos lo cual ha hecho incrementar ostensiblemente las tasas de su deuda soberana y ha hecho temer un contagio al resto de la Unión, aunque en declaraciones del Comisario Europeo de Asuntos Económicos y Monetarios, Olli Rehn, “ no es una cuestión de vida o muerte para el Euro sino que se trata simplemente de un grave problema del sector bancario irlandés."
El pasado martes la Zona Euro y el FMI se mostraron listos a salir en su ayuda apenas Irlanda así lo solicite, en una situación similar a la ocurrida hace seis meses con Grecia. En estos días tendremos noticias sobre las discusiones finales entre las autoridades irlandesas, la Comisión Europea, la Banca Central Europea y El FMI sobre la puesta en marcha de manera preventiva de un programa de ayuda a los bancos de dicho país. Dublin debe decidir en los próximos días si acepta o no la ayuda. Mientras tanto el nerviosismo podrá seguir haciendo estragos pues los capitales se comportan como cualquier persona miedosa que ante el más leve riesgo a la vista reaccionan con la más simple de las acciones: huyendo.
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