miércoles, 26 de enero de 2011

EL GRAN DISEÑO

Así tituló Stephen Hawking, hasta hace poco profesor de matemáticas de Cambridge, su última obra en la que sostiene, contrariamente a lo expresado en su best seller “Una Breve Historia del Tiempo”, que la ciencia moderna no deja lugar a la existencia de Dios o esta sería innecesaria, pues la sóla ley de gravedad es suficiente para explicar la creación del universo ¡por sí mismo y de la nada!

Para empezar, me queda la incógnita de por qué Hawking escogió precisamente ese título para su libro, pues la palabra “diseño” como sustantivo forzosamente incluye la idea de un “diseñador”, o de alguien quien piensa, planea y lleva a cabo el diseño. Leamos algunas definiciones del Diccionario Webster: “algo cuyo fín es servir de guía para otra cosa”/ “Trabajo decorativo o artístico”/ “bosquejo o boceto indicativo del plan para algo” / “Creación de algo en la mente” / “Boceto o bosquejo preliminar, un perfil o patrón de las principales características o razgos de algo que se ejecutará, tal como una pintura, un edificio, una decoración; delineación o plan” / “Un plan o esquema formado en la mente de algo que va a ser hecho; preliminar concepción; idea para ser expresada en una forma visible o llevada a la acción; intención propósito” / “Realización de un inventivo o decorativo plan; trabajo de arte decorativo considerado como una nueva creación; concepción o plan mostrado en un completo trabajo” / “Invención y conducta del sujeto; la disposición de todas las partes y el orden general del todo”.

Según el científico, nacido en Oxford exactamente 300 años después de la muerte de Galileo Galilei, todo el acervo de evidencias científicas conocidas por él, contiene las pruebas de que jamás existió un momento específico en el que el mundo se creó, por tanto no hay motivo para admitir la existencia de un Creador. El Universo, según Hawking, no parece tener «ni fronteras, ni límites, ni principio, ni fin», y siempre ha sido un ente «autosuficiente», razón por la cual Dios es una idea que sobra y no es necesario recurrir a un creador para explicar el nacimiento ni las características de nuestro mundo. Es decir no es necesaria la idea de un creador pues la “creación” se creó a sí misma de la nada. Según el desarrollo de su teoría, en el big bang el universo y el tiempo físico estaban inmersos en una quinta dimensión diferente a las tres dimensiones del espacio y a la cuarta del tiempo en las que vivimos. “Según el científico, las condiciones de esta quinta dimensión desencadenaron el estallido cósmico que dio origen al Universo hace unos 15.000 millones de años”, afirma Pablo Jauregui en un artículo publicado en periódico español el Mundo en el 2002.

Les confieso que le he dado y le he dado vueltas a esa tesis hasta concluir que para creer eso se necesita mucho más fe que para creer en un Dios creador, omnipotente, omnisciente, eterno y capaz de hacer milagros. El mismo Hawking es una prueba de esto último pues cuando tenía apenas 21 años padeció de esclerosis lateral amiotrófica, “enfermedad degenerativa de tipo neuromuscular por la cual unas células del sistema nervioso llamadas motoneuronas disminuyen gradualmente su funcionamiento y mueren, provocando una parálisis muscular progresiva de pronóstico mortal, pues en sus etapas avanzadas los pacientes sufren parálisis total que se acompaña de una exaltación de los reflejos tendinosos (resultado de la pérdida de los controles musculares inhibitorios)”. Hawking, quien a causa de su enfermedad ha debido morir antes de sus 30, cumplirá en enero entrante ¡69 años! Claro, el debe atribuir esta “afortunada realidad” de estar vivo, a pesar de las estadísticas, a una coincidencia feliz sin explicación científica que debe tener como causa inicial la ley de gravedad.

Creer que el universo salió de la nada y se hizo tan perfecto como lo observamos es menos fácil que creer que un huracán al pasar por uno de esos inmensos basureros de chatarra que hay en Estados Unidos ¡puede dejar perfectamente construido un jet Boing 747!

En el libro POR QUÉ CREO de James Kenedy, que de paso recomiendo leer, se citan varios argumentos a favor de la existencia de Dios, pero traigo a colación solamente el argumento teleológico: “La palabra griega telos significa finalidad; de modo que la teleología es aquel concepto de la filosofía que ve que en el universo todas las cosas están destinadas para un propósito, para una finalidad. Los ateos y los evolucionistas (casi invariablemente deben de ser los mismos) detestan las palabras propósitos o teleología, porque creen que el mundo no tiene propósito. Creen que todo es un gigantesco accidente, simplemente la concatenación de átomos que por casualidad se unieron, al azar. Aun cuando la gente puede decir que las cosas existen de una manera increíblemente compleja, y que ésa es la única razón por la cual estamos aquí, es difícil que la mente humana haga caso omiso del fantástico número de evidencias de que Alguien ha estado proveyendo para nuestro bienestar.

Consideremos la masa y el tamaño de este planeta en que hemos sido colocados. Son justamente los correctos. El doctor Wallace dice que si la tierra fuera un diez por ciento mayor o menor de lo que es, no sería posible la vida en este planeta. Además, está justamente a la distancia correcta del Sol, y así recibimos la cantidad correcta de calor y de luz. Si la tierra estuviera más lejos de él, nos congelaríamos; y si estuviera más cerca, como a la distancia a que están Mercurio o Venus, no podríamos sobrevivir.

Consideremos el asombroso hecho de la inclinación del eje de la Tierra. Ninguno de los otros planetas está inclinado como el nuestro: a 23 grados. Este ángulo permite que la Tierra voltee lentamente todas las partes de su superficie ante los rayos del Sol, en forma muy parecida a como gira un pollo en un asador. Si su eje no tuviera inclinación, se acumularían grandes masas de hielo en los polos, y la parte central de la tierra se volvería intensamente caliente.

Otro sorprendente aspecto de nuestra relación con el sistema solar es nuestra Luna. Muchas personas no comprenden que sin la Luna sería imposible vivir en este planeta. Si alguien tuviera alguna vez el éxito de sacar a la Luna de su órbita, toda la vida se acabaría en este planeta. Dios ha provisto la Luna como una sierva para que limpie los océanos y las costas de todos los continentes. Sin las mareas que crea la Luna, todos nuestros puertos y playas se convertirían en un pozo hediondo lleno de basura, y sería imposible vivir cerca de ellos en ningún lugar. A causa de la marea, continuas olas rompen en las costas del océano, con lo cual airean los océanos de este planeta y proveen oxígeno para el plancton, que es el fundamento mismo de la cadena alimenticia de nuestro mundo. Sin el plancton, no habría oxígeno, y el hombre no podría vivir en esta tierra. Dios hizo la Luna del tamaño preciso y la colocó a la distancia conveniente de la tierra para que realizara estas y otras numerosas funciones.

Tenemos la maravilla de nuestra atmósfera. Vivimos bajo un gran océano de aire compuesto de un 78 por ciento de nitrógeno, un 21 por ciento de oxígeno y el 1 por ciento restante, de casi una docena de microelementos. Los estudios espectrográficos de otros planetas del universo estelar demuestran que ninguna otra atmósfera, en ninguna otra parte del universo conocido, está compuesta de estos mismos ingredientes, ni de nada que se parezca a esta composición. Estos elementos no están combinados químicamente, sino que se mezclan mecánicamente en forma continua, mediante los efectos de marea que la Luna produce sobre la atmósfera. La Luna produce el mismo efecto sobre la atmósfera que sobre los mares, y siempre provee la misma cantidad de oxígeno. Aunque el hombre descarga una tremenda cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera, éste es absorbido por el océano, y el hombre puede continuar viviendo en este planeta. Si la atmósfera no tuviera el espesor que tiene, los miles de millones de meteoritos y de trozos de desechos cósmicos que caen continuamente sobre nuestro planeta, nos triturarían de seguro.

Luego tenemos el asombroso ciclo del nitrógeno. El nitrógeno es un elemento sumamente inerte. Si no fuera así, seríamos envenenados por diferentes formas de combinaciones nitrosas. Sin embargo, debido a que es inerte, es imposible que consigamos combinarlo naturalmente con otras cosas. Las plantas definidamente lo necesitan en la tierra. ¿Cómo hace Dios para sacar el nitrógeno del aire y meterlo en la tierra? ¡Lo hace por medio de los relámpagos! Cien mil relámpagos caen en este planeta diariamente, y crean cien millones de toneladas de nitrógeno útil como alimento de las plantas en el suelo todos los años.

A unos 60 kilómetros de altura existe una delgada capa de ozono. Si estuviera comprimida, sólo mediría unos seis milímetros de espesor, y sin embargo, sin esa capa la vida no podría existir. Ocho tipos de rayos mortales caen continuamente sobre este planeta procedentes del Sol. Sin esa capa de ozono, esos rayos solares nos quemarían, nos cegarían y nos asarían en
sólo uno o dos días. Los rayos ultravioletas vienen en dos formas: los rayos largos, que son mortíferos y de los cuales nos protege la capa de ozono, y los rayos cortos, que son necesarios para la vida en la tierra y que son admitidos por dicha capa. Además la capa de ozono permite que los más mortales de esos rayos pasen en cantidad muy mínima, suficiente para que maten las algas verdes, que de otro modo crecerían y llenarían todos los lagos, ríos y océanos del mundo.

¡Cuán poco entendemos lo que Dios está haciendo continuamente para proveernos la vida! Vemos que vivimos con una delgadísima capa de ozono que nos protege de un bombardeo mortal invisible, que constantemente se cierne sobre nuestras cabezas. Debajo de nosotros hay una delgada corteza de rocas, comparativamente más delgada que la piel de una manzana. Debajo de ella está la lava derretida que forma el núcleo de esta tierra. Así que el hombre vive entre los ardientes y ennegrecedores rayos de arriba y la lava derretida de abajo; cualquiera de los dos podría dejarlo achicharrado. Sin embargo, al hombre se le olvida totalmente que Dios ha arreglado las cosas de tal modo que pueda existir en un mundo como éste.

También tenemos la maravilla del agua. En ninguna otra parte del universo hallamos agua en abundancia, excepto acá en la Tierra. El agua, un maravilloso solvente, disuelve casi cualquier cosa en esta tierra, con excepción de aquellas cosas que sostienen la vida. Este asombroso líquido existe como hielo, que resquebraja las piedras y produce suelo. Como nieve, almacena agua en los valles. Como lluvia, riega y purifica la tierra. Como vapor en la naturaleza, provee humedad para la mayor parte de tierras arables. Existe como cubierta de nubes, precisamente
en la cantidad correcta. Si tuviéramos nubes como Venus, la Tierra no podría existir. Pero tenemos exactamente el 50 por ciento de la superficie de la tierra cubierta de nubes en cualquier tiempo, lo cual permite que pase la correcta cantidad de luz solar. Como vapor a presión, mueve la poderosa maquinaria que tenemos acá en la tierra. Fuera del bismuto, es el único líquido que, a la temperatura de 4 grados centígrados es más pesado que cuando está congelado. Si esto no fuera así, la vida no podría existir sobre este planeta. Por tanto, cuando se congela, es más liviana y flota. Si no fuera así, los lagos y ríos se congelarían desde el fondo hacia arriba y matarían todos los peces. Las algas quedarían destruidas y nuestra provisión de oxígeno se acabaría, y la humanidad moriría.

Aun el polvo realiza una increíble función a favor de la humanidad. Si no fuera por el polvo, nunca veríamos el cielo azul. A 27 kilómetros por encima de este planeta, no hay polvo de la tierra, y el cielo es siempre negro. Si no fuera por el polvo, nunca llovería. Una gota de lluvia se compone de ocho millones de minúsculas gotitas de agua, y cada una de esas gotitas envuelve una ínfima partícula de polvo. Sin éstas, el mundo se resecaría y la vida dejaría de
existir”.

Cada vez que surge un argumento polémico sobre la existencia de Dios, me acuerdo de una ilustración que me causó una fuerte impresión. Cuenta una leyenda alemana que algún día Friederic Nietszche escribió sobre un mural de su ciudad su célebre frase “Dios ha muerto”, seguida por la firma con su nombre. Pasaron los años, Nietzsche murió y al tiempo un hombre pintó de blanco el mismo muro y escribió sobre él: “Nietzsche ha muerto. Firma: Dios.”

No me cabe duda de que, con toda la publicidad que se le ha dado, el libro de Hawking va a ser un verdadero best seller. Un best seller que, aunque no se aproximará, ni en lo más mínimo, a las características de la Biblia ni en lo que respecta al número de ejemplares publicados, ni al número de idiomas al cual se ha traducido, ni a la amplitud de su influencia, ni mucho menos a la profundidad de sus enseñanzas, se aceptará como verdad revelada por muchos a quienes recomiendo no despreciar la verdad inspirada por el mismo Creador contenida en aquella, sin siquiera haberla leido completamente.

Por eso citaré, para concluir, ese único libro incomparable con ningún otro el cual afirma: “Dice el necio en su corazón:«No hay Dios.»” “Ciertamente, la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los seres humanos, que con su maldad obstruyen la verdad. Me explico: lo que se puede conocer acerca de Dios es evidente para ellos, pues él mismo se lo ha revelado. Porque desde la creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, es decir, su eterno poder y su naturaleza divina, se perciben claramente a través de lo que él creó, de modo que nadie tiene excusa. A pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se extraviaron en sus inútiles razonamientos, y se les oscureció su insensato corazón. Aunque afirmaban ser sabios, se volvieron necios...” (Salmos 53: 1 y Romanos 1: 18-22).

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