miércoles, 12 de marzo de 2008

CHÁVEZ, CORREA Y ORTEGA: ¡COMO LES QUEREMOS!


El alboroto que armaron los presidentes Chávez, Correa y Ortega sin duda fue contudentemente benéfico para nuestro país, en lo que tiene que ver con la unidad nacional. Y, por supuesto, muchísimo más para el Presidente Uribe a quien le catapultaron su popularidad hasta niveles no imaginados nunca por el mismo gobierno. Antes de esos episodios, el 70% de los colombianos apoyaban irrestrictamente al Gobierno, pero ahora creo que los niveles rebosaron el 90%, con tendencia por lo menos a mantenerse. Gracias a Dios la solución de la crisis fronteriza se hizo de manera diplomática en la última cumbre de Río, con un buen comportamiento general, salvo las desatinadas y muchas veces inmaduras actitudes del Presidente Correa, quien hasta por su misma vestimenta parecía más un muchacho tirapiedras de alguna universidad ecuatoriana que un estadista.

Cabe destacar el manejo que le dio a la cumbre nuestro Presidente Uribe, quien siempre mantuvo la cordura, la decencia, la prudencia, pero nunca negoció principios ni posiciones. Aunque a algunos les pareció su actitud muy chocante y formalista, los colombianos y el mundo entero pudimos apreciar a un estadista avezado, con claros conocimientos de la realidad latinoamericana y un manejo sorprendente de conceptos de derecho internacional. Sus argumentos fueron incontrovertibles. A mí, en particular, me gustaron dos de ellos. El primero fue el de la soberanía entendida no solamente como el ejercicio del poder soberano restringido a un área geográfica, sino involucrando elementos que envuelven la protección del pueblo gobernado, en un esquema geopolítico de colaboración entre estados, máxime cuando ellos son vecinos. El segundo, con mucho más contenido político y contestatario fue el de recordarle a Correa que él mismo había afirmado, en entrevistas recientes, que su país no limitaba con Colombia sino con las Farc. Ese argumento fue genial pues entendimos todos que si eso pensaba esa nación, para nosotros vecina, no había lugar a recriminaciones pues quien corrió el cerco fue el grupo guerrillero y no el estado colombiano, al cual le asistía todo el derecho de proteger su pueblo agredido, asesinado y secuestrado desde ese territorio.

La sorpresa final, tal vez consecuencia de la advertencia que le hizo Fidel Castro sobre la posibilidad de ser juzgado por el Tribunal penal Internacional como Milosevic, la dio el mismo Chávez con su tono conciliador, calmado y casi suplicante, pero también alegre y jovial. Su discurso diplomático dejó entrever su firme voluntad de llegar a acuerdos amigables, manejando el auditorio con ejemplos muy convincentes y alegría caribeña, ¡dejando, eso sí, “colgado de la brocha” a su copartidario ecuatoriano!

Definitivamente este fue otro combate ganado por Uribe, pero debemos agradecer como buenos colombianos a Chávez, Correa y Ortega porque ellos nos permitieron saborear durante unos buenos días el sentimiento hermoso de la completa unidad nacional y la solidaridad de un pueblo grande como el nuestro. Gracias Presidentes Chávez, Correa y Ortega: ¡les queremos mucho! ¡Ahora más que antes!

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