Aquí va a aprender cómo adquirir una supermedicina, una
medicina para toda enfermedad, lo que es excelente dadas las circunstancias de
estos tiempos.
Nos movemos en un mundo en donde la enfermedad causa los
peores estragos, en donde muchos padecen de infecciones, virus antiguos y
nuevos; en donde aparecen de un momento a otro enfermedades insospechadas que
asesinan a muchos y causan pánico al resto.
Vivimos en una época en donde, además,
las políticas de salud pública son muy deficientes y el negocio de los
medicamentos es el mayor del mundo, junto con el de las armas. Vivimos en un tiempo en el cual la gente está
azotada, indiscriminadamente, por dolencias, padecimientos y afecciones que no
son, de ninguna manera, el propósito de nuestro Dios Creador, ni mucho menos
enviadas por Él para probarnos o dañarnos.
No. La enfermedad
entró al mundo con la caída de Adán por su desobediencia. Su fuente es el pecado y el mismo Adversario
quien, según la Biblia “no viene sino para hurtar y matar y destruir”; mientras
Jesús ha venido para que quienes pongamos toda nuestra confianza en Él tengamos
vida y para que la tengamos en abundancia.[i]
Por todo esto, tenemos necesidad imperiosa de descubrir qué
dice Dios el Señor acerca de la sanidad y qué esperanza tenemos en Él para
sanarnos.
Precisamente sobre este tema hay en la Escritura, entre
muchos, un pasaje que nos muestra aspectos interesantes e impactantes acerca
del amplio tema de la sanidad y su estrecha relación con el Creador.
La revelación de esas verdades, a través de esta porción de
la Escritura, causará en su vida un efecto infinitamente major que el de una
medicina para toda enfermedad.
Nos narra la escritura que en una de las tantas veces que Jesús
entró a Capernaum, vino a Él un centurión, rogándole, y diciendo: “Señor, mi
criado está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado”. Cuando Jesús lo oyó, sin más ni más, le respondió
inmediatamente: “Yo iré y le sanaré”.
Entonces el centurión le respondió: “Señor, no soy digno de que entres
bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará. Porque también yo soy hombre bajo autoridad,
y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y
viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace”.
Cuenta enseguida la Biblia que al oír esas palabras, esas explicaciones
y ese razonamiento del Centurión “Jesús se maravilló y dijo a los que le
seguían: De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe. Y os digo que vendrán muchos del oriente y del
occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos;
mas los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el
lloro y el crujir de dientes”.
El final feliz de la historia es que, después de lo
anterior, Jesús concluye, diciéndole al centurión: “Ve, y como creíste, te sea
hecho”. Y, maravillemosnos y
regocijemosnos con la frase final de este pasaje: “su criado fue sanado en
aquella misma hora”.[ii]
Cuando uno lee esta historia puede pasar por alto muchos detalles
y explicaciones que aquí precisamente quiero resaltar.
Primero que todo pongamos nuestra atención en una verdad que
aparece aquí aparentemente escondida pero que se levanta como un faro de
esperanza.
Jesús es Dios.
Todo este suceso acontece en Capernaum. Capernaum era una ciudad junto al mar de
Galilea, ubicada en esa época en el límite que separaba la jurisdicción de
Herodes Antipas de la jurisdicción de su hermano Felipe. Había allí una guarnición dirigida por un
capitán romano o centurión, el cual había edificado la sinagoga judía de la
ciudad. Siempre será recordada esa
ciudad pues, además de haber sido la ciudad de Pedro y Andrés, también es
llamada la ciudad de Jesús por ser como el epicentro de Su ministerio, habiendo realizado allí muchos
milagros y enseñado muchas veces en la sinagoga de la ciudad. También la recordaremos porque Jesús
pronunció juicio tremendo sobre ella y otras ciudades por su falta de
arrepentimiento cuando habían visto tantas señales en su tierra. En efecto Jesús dijo: “¡Ay de ti, Corazín!
¡Ay de ti, Betsaida! que si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros
que se han hecho en vosotras, tiempo ha que sentadas en cilicio y ceniza, se
habrían arrepentido. Por tanto, en el juicio
será más tolerable el castigo para Tiro y Sidón, que para vosotras. Y tú, Capernaum, que hasta los cielos eres
levantada, hasta el Hades serás abatida”.[iii]
Empiezo por esto porque seguramente la ciudad en la cual usted
habita tendrá cosas en común con Capernaum.
Muy seguramente ahí también se ha visto un montón de milagros del Señor. A la fija, su ciudad es un hermoso centro de
operación de Jesús pues El habita en muchos corazones de residentes de esa
ciudad. Muy seguramente, mientras en la
ciudad que usted habita todos dicen creer en Dios, muchísimos en realidad están
lejos de Él y se niegan a arrepentirse y reconocer que El es Señor de sus vidas.
Pues bien, en una ocasión de las muchas que Jesús entró en
la ciudad de Capernaum, se acercó ese Capitán Romano o Centurión, cuyo nombre
no se menciona en la Biblia, rogándole y diciéndole: “Señor, mi criado está
postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado”.
Recordemos que el centurión (en latín, centurio y en griego
hekatontarchos) es el rango que ha recibido una mayor atención por parte de los
estudiosos del ejército romano. Como
leímos en Wikipedia, se trataba de oficiales «con un mando táctico y
administrativo, siendo escogidos por sus cualidades de resistencia, templanza y
mando. Comandaban una centuria, formada
por 80 hombres, en función de las fuerzas en el momento dado y de si la
centuria pertenecía o no a la Primera Cohorte (Agrupación)… Cada centurión era asistido en su centuria por
un optio, un signifer y un tesserarius, suboficiales que reciben el nombre de
“principales”. El primero era el
lugarteniente del centurión –lo ayudaba en la táctica y en el mantenimiento de
la disciplina y la forma física de los soldados…-, el segundo era el
portaestandarte y tesorero de la centuria, y el último se encargaba de
suministrar las contraseñas y de actuar de oficial de enlace».
Como ya habrán notado, no fue cualquier persona que se
acercó a Jesús. El Centurión era una
autoridad romana respetada, perteneciente a una Legión que es la unidad de
guerra más efectiva que ha tenido la humanidad.
Por supuesto, debía lealtad a su emperador (en esa época Tiberio,
sucesor de Augusto) y su filiación religiosa era la politeista acostumbrada en
Roma, imperio en el cual se practicó el culto, también, a algunos emperadores
declarados dioses. Precisamente, el
emperador Augusto había sido declarado dios en el año 14.
Este era el contexto histórico de la escena y lo resalto
porque, como observan, la Biblia nos cuenta que el Centurión se le acercó a
Jesús y “rogándole” le dijo “Señor…”
Si bien es cierto esta palabra “rogándole” no viene de la
palabra griega “proskyneo” que significa
adoración, sí podemos decir que el Centurión le imploraba (parakaleo) o le
pedía fervorosamente a Jesús un favor inmerecido. Pero esa segunda palabra que
trae la Biblia al mencionar que el Centurión le dijo a Jesús “Señor”, sí merece
un comentario, pues esa palabra “Señor” fue traducida de la palabra griega originalmente escrita aquí que fue “Kyrios”.
“Kyrios” significa nada más ni nada menos “amo soberano que gobierna toda la creación”.
Entonces el cuadro es impactante porque se trata de un
romano con la importancia que hemos descrito, en un lugar donde ejercía plena
autoridad pues el imperio había invadido y subyugaba a Israel, practicante de
una religión que hacía culto a sus gobernantes y otros por ellos considerados
“dioses”; quien en ese momento reconoce al autor de la creación del cielo y de
la tierra y le declara Señor.
Con esa declaración, el Centurión da por entendido que se
somete a Él. Da a entender que en su
calidad de ser creado por Jesús, se somete al amo de toda la creación. Una tremenda enseñanza que fue plasmada en el
Evangelio para darnos muestras de que ¡ante Su Nombre excelso se debe doblar
toda rodilla!
¡Jesús es Dios y será Dios por los siglos de los
siglos! Su autoridad y soberanía merecen
ser reconocidas en nuestra vida. Mejor:
es urgente que Su Autoridad y Soberanía sean reconocidas y aceptadas en
nuestras vidas, pues debemos saber que la Biblia declara a Jesús como Dios al
expresar que “en el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo
era Dios… Y aquel verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros”.[iv]
Ahora bien, Jesús, como lo dice la misma Biblia, “es el mismo ayer, hoy y por siempre”.[v] Luego, lo primero que debemos hacer es aceptar la
Soberanía de Jesús, aceptar que El es el mismo Dios hecho carne que habitó
entre nosotros, vivió y murió en la cruz por nosotros y en el lugar nuestro,
pagando el precio de nuestros pecados, resucitó al tercer día y nos ofrece un lugar
en el cielo, la vida eterna que podemos solamente recibir por fe en Él,
poniendo toda nuestra confianza totalmente
en Él y arrepintiéndonos de todo corazón.
Usted puede ahora mismo, sin más fórmulas sacramentales y con una sola
oración, reconocer a Jesús como Dios y rendirse a Él. Si así lo quiere, repita en voz audible a Él
esta oración: Amado Jesús. Hoy acepto que eres Dios. Confieso con mi boca que Tu Jesús eres de
ahora en adelante mi Señor y Redentor, y creo en mi corazón que Dios te levantó
de entre los muertos. Recibo de Tu mano
la vida eterna que me ofreces y me arrepiento de todo corazón de todos mis
pecados contra ti. Te doy gracias por tu
infinito amor y perdón, amén.
Si usted ha hecho de corazón esta oración, usted ahora tiene
un Dios que se identifica como Sanador.
Jesús es Dios Sanador.
Jesús es Dios Sanador.
Habíamos dicho ahora que Jesús es Dios y es el mismo ayer,
hoy y siempre. Pues bien la misma Biblia que hemos venido citando trae el
siguiente pasaje que nos pone de presente la esencia de Su Ser Sanador: “E hizo
Moisés que partiese Israel del Mar Rojo, y salieron al desierto de Shur; y
anduvieron tres días por el desierto sin hallar agua. Y llegaron a Mara, y no pudieron beber las
aguas de Mara, porque eran amargas; por eso le pusieron el nombre de Mara. Entonces el pueblo murmuró contra Moisés, y
dijo: ¿Qué hemos de beber? Y Moisés
clamó a Jehová, y Jehová le mostró un árbol; y lo echó en las aguas, y las
aguas se endulzaron. Allí les dio
estatutos y ordenanzas, y allí los probó; y dijo: Si oyeres atentamente la voz
de Jehová tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus
mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que
envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador” (subrayado
fuera de texto). [vi]
Dios era conocido como Jehová o Yahveh Rafa, como usted lo
prefiera, en el Antiguo testamento.
Esa misma esencia sanadora de Dios puede leerse en Deuteronomio:
“Y por haber oído estos decretos y haberlos guardado y puesto por obra, Jehová
tu Dios guardará contigo el pacto y la misericordia que juró a tus padres. Y te amará, te bendecirá y te multiplicará, y
bendecirá el fruto de tu vientre y el fruto de tu tierra, tu grano, tu mosto,
tu aceite, la cría de tus vacas, y los rebaños de tus ovejas, en la tierra que
juró a tus padres que te daría. Bendito
serás más que todos los pueblos; no habrá en ti varón ni hembra estéril, ni en
tus ganados. Y quitará Jehová de ti
toda enfermedad; y todas las malas plagas de Egipto, que tú conoces, no las
pondrá sobre ti, antes las pondrá sobre todos los que te aborrecieren”
(subrayado fuera de texto).[vii] Y aun más, en el libro de los Salmos:
“Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides
ninguno de sus beneficios. El es quien
perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias; el que
rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericordias; el que
sacia de bien tu boca de modo que te rejuvenezcas como el águila” (subrayado
fuera de texto).[viii]
Es de aclarar que en las Escrituras anteriormente citadas
cuando se dice algo como “ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te
enviaré a ti”, el verbo original en hebreo es realmente “permitir enviar”.
Jesús es el mismo Jehová o Yahveh de quien hablan esas
Escrituras.
Jesús se presentó varias veces a sí mismo con la fórmula del
gran Yo Soy mientras estuvo entre los judíos.
Esa misma fórmula fue empleada por Dios Yahveh, también, para nombrarse a sí
mismo cuando Moisés le pidió que le dijera Su nombre. En la Biblia leemos: “Dijo Moisés a Dios: He
aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres
me ha enviado a vosotros. Si ellos me
preguntaren: ¿Cuál es su nombre? ¿qué
les responderé? Y respondió Dios a
Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así
dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros”.[ix]
Jesús repitió esa fórmula varias veces para
identificarse. Un día, por ejemplo, controvirtiendo
con los judíos les dijo: “Vosotros
sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de este
mundo, yo no soy de este mundo. Por eso
os dije que moriréis en vuestros pecados; porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis. Entonces le dijeron: ¿Tú quién eres? Entonces Jesús les dijo: Lo que desde el
principio os he dicho. Muchas cosas
tengo que decir y juzgar de vosotros; pero el que me envió es verdadero; y yo,
lo que he oído de él, esto hablo al mundo.
Pero no entendieron que les hablaba del Padre. Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces
conoceréis que yo soy, y que
nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo” (énfasis
fuera de texto).[x]
Por otro lado, la Palabra Santa de Dios también es sanadora. La Palabra de Dios sana y así mismo lo declara
el Creador para todos nosotros: “Pero clamaron a Jehová en su angustia, y los
libró de sus aflicciones. Envió su
palabra, y los sanó, y los libró de su ruina” (subrayado fuera de texto).[xi] El Evangelio de Mateo lo confirma respecto a
la Palabra de Jesús: “Y cuando llegó la noche, trajeron a él muchos
endemoniados; y con la palabra echó fuera a los demonios, y sanó a todos
los enfermos…” (subrayado fuera de texto).[xii]
Pues bien, ese mismo Jesús es el que manifiesta aquí, en el
pasaje de Mateo que citamos al inicio, Su Voluntad indeclinable y siempre
dispuesta para sanar. Fíjense que una
vez el Centurión le ruega que sane su criado, Jesús inmediatamente le dice que
El irá y le sanará. No hay duda ni
condiciones de ninguna clase en su respuesta.
No pregunta dónde está el criado, si está lejos o cerca, no pregunta
quien es el criado, qué clase de persona es, ni siquiera pregunta por su
nombre, simplemente manifiesta “Yo iré y le sanaré”.
Jesús es el mismo Dios Sanador del Antiguo Testamento. El tiene el Poder para sanar cualquier
enfermedad, Su Nombre es sobre todo nombre y por eso todo nombre de enfermedad
debe doblar su rodilla ante Jesús.
De Jesús, además, brotaba, salía poder sanador. Eso está escrito varias veces en la
Biblia. En el Evangelio de Marcos se
cuenta sobre una mujer que “desde hacía doce años padecía de flujo de sangre”,
la cual fue testigo de primera mano de esa circunstancia. Ella, continua el relato, “había sufrido
mucho de muchos médicos, y gastado todo lo que tenía, y nada había aprovechado,
antes le iba peor, cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la
multitud, y tocó su manto. Porque decía:
Si tocare tan solamente su manto, seré salva.
Y en seguida la fuente de su sangre se secó; y sintió en el cuerpo que
estaba sana de aquel azote. Luego Jesús,
conociendo en sí mismo el poder (sanador) que había salido de él, volviéndose a
la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos?” (paréntesis fuera de texto).[xiii]
En el evangelio de Lucas también se da cuenta del poder
sanador que salía de Jesús. Leamos el
pasaje: “Y descendió con ellos (Jesús), y se detuvo en un lugar llano, en
compañía de sus discípulos y de una gran multitud de gente de toda Judea, de
Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón, que había venido para oírle, y para
ser sanados de sus enfermedades; y los que habían sido atormentados de
espíritus inmundos eran sanados. Y toda
la gente procuraba tocarle, porque poder (sanador) salía de él y sanaba a
todos” (paréntesis fuera de texto).[xiv]
Lo anterior es muy importante saberlo porque Dios quiere que
conozcamos esas cualidades Suyas de sanador y que, sabiendo eso, tengamos plena
confianza en que la enfermedad o dolencia no puede resistirle porque El tiene
una autoridad y un poder que sobrepasa aun lo que no podemos imaginar.
Jesús tiene y ejerce toda potestad y autoridad.
Jesús mismo dijo que a Él había sido dada toda potestad en
el cielo y en la tierra.[xv] Toda, toda.
Jesús tiene ese grado sumo de autoridad
y la ejerce.
Enseñó con autoridad. Así lo vemos en el Evangelio de Mateo donde se
nos cuenta que “la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como
quien tiene autoridad, y no como los escribas”.[xvi]
Ejercía y ejerce esa autoridad sobre la naturaleza, como
cuando hizo calmar la tempestad en el mar de Galilea. ¿Recuerdan la historia? Cuenta Mateo que una vez Jesús iba con sus
discípulos en una barca y “se levantó en el mar una tempestad tan grande que
las olas cubrían la barca; pero él dormía.
Y vinieron sus discípulos y le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos,
que perecemos! El les dijo: ¿Por qué
teméis, hombres de poca fe? Entonces,
levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza. Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué
hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?”[xvii]
Ejercía y ejerce esa autoridad sobre los espíritus. El es el Señor de los espíritus. El Evangelio de Marcos nos trae este relato
asombroso: “Pero había en la sinagoga de ellos un hombre con espíritu inmundo,
que dio voces, diciendo: ¡Ah! ¿qué tienes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has
venido para destruirnos? Sé quién eres, el Santo de Dios. Pero Jesús le reprendió, diciendo: ¡Cállate,
y sal de él! Y el espíritu inmundo,
sacudiéndole con violencia, y clamando a gran voz, salió de él. Y todos se asombraron, de tal manera que
discutían entre sí, diciendo: ¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es esta, que
con autoridad manda aun a los espíritus inmundos, y le obedecen?”[xviii]
Ejercía y ejerce esa autoridad y potestad sobre las enfermedades
y dolencias, como lo hace acá en este pasaje que estudiamos de Mateo. Por eso mismo, cuando Jesús dice al Centurión
que El irá a sanar al criado, el Centurión le replica: “Señor, no soy digno de
que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará. Porque también yo soy hombre bajo autoridad,
y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y
viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace”.
Aquí debemos aclarar algo al margen. El Centurión no se sentía digno de que Jesús
visitara su casa y entrara en ella, pero ese no es el caso con usted. ¡Usted sí es digno! No porque usted lo merezca o haya hecho
méritos y lo haya ganado. No. Usted es digno porque ¡Dios lo hizo digno al
escogerlo desde antes de la fundación del mundo, al llamarlo, al salvarlo, al
amarlo primero! Usted es digno porque
Jesús el más Digno está en usted, es Su Señor.
Jesús habita en su corazón, en su casa, en su hogar.
Pero sigamos con el Centurión. El conocía qué era la autoridad, la ejercía
sobre los 80 legionarios soldados del ejército romano bajo su mando. El sabía que la autoridad se ejercía con la
palabra, como la autoridad de cualquier
emperador o rey o gobernante el cual decreta y eso que decreta se
cumple. Pero aquí lo asombroso es que un
impío romano supiera y confiara en que ese Jesús, a quien se dirigía, tenía y
podía ejercer ese tipo de autoridad. Con
estas palabras el Centurión declaraba abiertamente que creía en su corazón que
Jesús era el Kyrios, Señor y Dueño de toda la creación, por encima de su
emperador, quien también era un ser creado, y que podía ordenar sobre toda la
creación, haciendo cumplir sus decretos.
El Centurión estaba convencido en su espíritu que Jesús tenía el poder de la vida y la muerte, ¡que
tenía todo el poder y autoridad en el cielo y la tierra! Que todo, seres animados e inanimados,
sometidos a Su autoridad obedecían lo decretado por Jesús.
¡Tremendo eso! El
centurión sabía perfectamente la relación entre autoridad, potestad y
obediencia. Por eso dijo que cuando él
mismo ordenaba al uno ir, ese iba y al otro venir, ese venía, pero cuando
ordenaba a un siervo hacer, este hacía.
El centurión creía en su corazón que Jesús es Dios y lo
declaró con su boca. Al actuar así, obró
con fe, tuvo la certeza absoluta de la sanidad de su criado que el esperaba y
la convicción de lo que no podía ver.[xix]
Eso mismo es lo que debemos hacer siempre: creer en nuestro
corazón, declararlo con nuestra boca y pasar a la acción, dando pasos de fe.
Fue tanta la certidumbre que el hombre tenía de esas cosas y
la fe de que el Señor podía sanar de esa manera a su criado que Jesús se
asombró de él.
¡Imagínese al mismo Dios, creador del cielo y la tierra,
maravillado, asombrado de un simple oficial romano! No en vano esta afirmación fue dejada escrita
en la Biblia. Eso quiere decir que Dios
se asombra, se maravilla y se agrada cuando tenemos fe, expresamos fe, ponemos
en acción nuestra fe. ¡Sin fe es
imposible agradar a Dios![xx]
Jesús Dios, quien se asombró, se maravilló del romano por la
fe que mostró, ¡también se asombrará y maravillará de usted, tenga usted el
gentilicio que tenga, por la fe que usted ponga en práctica!
Y es precisamente esa fe la que le permitirá recibir ese
regalo precioso de la sanidad.
Usted recibe la
sanidad por fe.
Dios es quien puede sanar y sana. De hecho ya ha sanado porque conocemos el
pasaje de Isaías 53 que se cita parcialmente en el Nuevo Testamento en 1 Pedro
2: 24: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados;
el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros
curados” (subrayado fuera de texto).
Sabemos que los verbos en el anterior pasaje están tiempo en
pasado, por lo cual podemos afirmar que Jesús ya proveyó sanidad en la cruz
para que usted y yo seamos sanos. Por
eso no pida que Jesús lo sane más rato o mañana u otro día. Declare que ya está sano en el nombre de
Jesús y que recibe esa sanidad que ya está dada en el cielo para usted o la
persona que usted aprecie o ame.
Y si la sanidad ya ha sido provista, sólo basta recibir esa
sanidad por medio de la fe. La sanidad
es producto de la Gracia de Dios y todo lo que viene de Su Gracia es, como ese
nombre lo indica, ¡Gratis! No merecemos
esas cosas que El nos regala, ni podemos ganarlas. Pero Dios proveyó un medio, un instrumento
que nos sirve como el brazo del mendigo que se estira para recibir. Así recibimos Su Gracia sanadora, al igual
que recibimos Su Gracia Salvadora. Por
medio de la fe.
Y, ¡ojo!, No necesitamos ser campeones de la fe, no
necesitamos una fe grande como una montaña porque no es nuestra fe la que
sana. No necesitamos una fe grande
porque Grande es Dios para hacer lo que El quiere. Y el siempre quiso sanar y sanó a todos. ¡El que sana es Jesús! Por eso El dijo que “si tan sólo tuviéramos
una fe tan pequeña como un grano de mostaza diremos a cualquier monte “Pásate
de aquí allá”, y se pasará; y ¡nada nos será imposible![xxi]
La gente se fija siempre en lo grande del monte y se
pregunta cómo Él lo hará, se fija en la dimensión del monte, pero nadie se fija
en que Jesús dice después algo más extraordinario: NADA NOS SERÁ
IMPOSIBLE. Sólo teniendo fe como una
grano de mostaza. Sólo esa pequeña fe es
suficiente para recibir la Gracia abundante de Dios que es como la fuerza de Su
Poder: ¡Supereminente![xxii]
Por eso Jesús, después de maravillarse por la fe del
Centurión dice que ¡ni aun entre el pueblo suyo de Israel ha hallado tanta
fe! Y profetiza que Su Salvación
¡llegará a todos los pueblos del mundo, lo cual sigue sucediendo en estos días!
Jesús, entonces, simplemente le dice al Centurión: “Ve, y
como creíste, te sea hecho”.
Pero entendamos correctamente: Jesús le dijo al Centurión
que ¡la sanidad de su criado fue concedida al Centurión! ¡Oh maravillosa Gracia del Salvador!
Cuando Jesús dice “como creíste, te sea hecho”, esa palabra
“creíste”, proveniente del verbo creer, es traducida del griego “pisteuo” que
significa “creer hasta el punto de
confiar totalmente”.
Cuenta enseguida el pasaje analizado que el criado del
Centurión fue sanado ¡en ese mismo momento en el cual Jesús pronunció esas
palabras!
Cada vez que leo un versículo o pasaje que nos narra una
sanidad hecha por Jesús ¡mi espíritu se conmueve, mi esperanza se fortalece, mi
fe se agranda, mi gozo crece! Además,
noto que no hay nunca en Jesús manifestaciones de teatro, no zapatea, no hay
espectacularidad en la actuación sino solo en el resultado. Con actos sencillos, palabras en tono moderado
pero con autoridad y poder, sin show, la gente es sanada. ¡Claro ejemplo para estas épocas!
Ahora bien: ¿quién se sanó?
¡El Criado! El ni siquiera se
había enterado de todo eso, el estaba postrado, grave, a punto de morir. Muy seguramente no conocía a Jesús, nunca
había hablado con Él. No se enteró de
nada. ¡Sólo supo que estaba muy grave y
de un momento a otro sanó! No merecía
nada, no hizo nada, no podía ganar nada pues no se podía ni mover. Pero la Gracia de Dios se extendió hasta él. El Criado gozó de la Gracia de Dios porque su
amo, su patrón, el hombre bajo autoridad del cual el permanecía creyó y confesó
con fe que podía recibir del Señor la sanidad para él. Una enseñanza tremenda también, pues Dios nos
dice aquí que cada vez que creemos y confesamos, que actuamos con fe, que nos
movemos en fe, ¡nuestro entorno es afectado positivamente! ¡Nuestra casa se sana, se salva!
Oh maravilloso Dios, majestuoso Jesús, tu soberanía es sobre
todo! ¡Que maravilloso saber que eres
nuestro Dios!
Soy testigo de un milagro igual. Lo hizo el mismo Jesús con mi papá en Julio
de 2012. Mi papá sufrió un infarto
mientras estábamos varios hijos suyos con mi mama haciéndole visita y no nos
dimos cuenta porque el simplemente se durmió profundamente y después no lo
pudimos despertar. Lo llevamos en
ambulancia a urgencias de la clínica y seguidamente ellos ordenaron meterlo a
la UCI. Cuando lo visité allí al día
siguiente sentí mucho dolor al ver la gravedad de su estado. Todos estábamos seguros de que moriría. ¡Creo que todos alcanzamos a llorar su muerte
inminente! Empezamos a orar con mi
esposa para que Dios hiciera Su Voluntad y entregamos a mi papá en Sus
manos. Pero Dios me dijo después “No se
de por vencido, siga orando por él”. No
entendí muy bien eso, pues era consciente de lo natural que era la muerte de mi
padre, un hombre de 87 años, con complicaciones cardiacas, diabético, con
cáncer de piel y quien hace varios años se deleitaba diciendo que iba a
morir. Sin embargo le conté a
mi esposa lo que Dios me había dicho y empezamos a orar diferente. Empezamos a enviarle a todos mis parientes
cercanos los versículos de sanidad que Dios me mostraba para que oraran de
acuerdo con ellos (Salmos 91:16; Jeremías 33:6, Hechos 4:30, Éxodo 23:25, Juan
11:4, Salmo 23, Mateo 12:20, Salmos 117:17).
Le dije, también, a los niños de la familia que oraran con base en esos
versículos. Ese lunes nos reunimos todos
los miembros de mi familia, les hablé de lo que Jesús había hecho con el
Centurión, les hablé de lo que significa la fe y cómo movernos en ella, les
dije que Jesús era hoy el mismo que en aquella época, que si aceptábamos Su
soberanía en nuestras vida, reconociéndole como nuestro Señor, arrepintiéndonos
sinceramente de nuestros pecados seríamos salvos; que si además creíamos en
nuestro corazón, confesando con nuestra boca que El es el mismo ayer, hoy y
siempre, y además creíamos en nuestro corazón y confesábamos con nuestra boca
que el haría con mi papá como hizo con el siervo del centurión, mi papá
entonces saldría de la UCI.
Eso hicimos.
Declaramos con autoridad en el nombre de Jesús que el era sano en esa
hora, sabiendo que Jesús vive en nosotros y Su autoridad habita en
nosotros. Al día siguiente, martes, mi
papá fue sacado de la UCI a una pieza de la clínica. A veces estaba muy desanimado, otras bien, pero
seguíamos orando para que Dios guardara su sanidad. Hoy (agosto de 2012), para la gloria del Hijo
de Dios, mi padre está en casa, con las limitaciones de su edad, pero rodeado
de los suyos quienes ahora reconocen que hay poder en Jesús y Su Palabra. Que Jesús es Soberano. Que Jesús es Dios. Que si la Biblia lo dice, lo debemos creer y
confesarlo en Su Nombre, que si lo creemos y lo confesamos en Su Nombre, El,
Jesús, lo hace, y ¡si El lo hace hecho está!
¿Usted o alguna persona que usted aprecia o ama mucho está
enfermo en estos momentos? Bueno, en
esta Palabra usted tiene una ruta segura para recibir la sanidad que usted o
esa persona necesita.
[i]
Juan 10:10
[ii]
Mateo 8: 5-13:
[iii]
Lucas 10: 13-15
[iv]
Juan 1:1 y 14
[v]
Hebreos 13:8
[vi]
Éxodo 15: 22-26:
[vii]
Deuteronomio 7:12-15
[viii]
Salmos 103:1-5
[ix]
Éxodo 3:13-14
[x]
Juan 8:23-28
[xi]
Salmos 107:19-20
[xii]
Mateo 8:16
[xiii]
Marcos 5:25-30:
[xiv]
Lucas 6:17-19
[xv]
Mateo 28:18
[xvi]
Mateo 7:29
[xvii]
Mateo 8:23-27
[xviii]
Marcos 1:23-27
[xix]
Hebreos 11:1
[xx]
Heb 11:6
[xxi]
Mateo 17:20
[xxii]
Efesios 1:19